El rezo

René Cloir

Era peculiar su amistad y cariño; tenían ambas más de cincuenta años; desde niñas se conocían y apreciaban peculiarmente. Las dos se sabían hermosas, inteligentes, carismáticas… idénticas en virtudes cual gotas de agua; pero algo las llevaba a competir permanente y caprichosamente.
Admirándose en reciprocidad —como lo hacían desde pequeñas— cuando una —la primera— se manifestaba en la escuela o en la charla con los amigos como un prodigio en la literatura, la ciencia, el arte, la belleza o la simpatía… un motor interno llevaba a la otra −la segunda− a mostrar que ella también era prodigiosa en ese ámbito y, apenas terminaba la expresión de su rival, la otra evocaba una frase, expresión o acto, que diera cuenta de su extraordinaria sapiencia o virtud.
Así transcurrió su vida. Escuela, amigos, deportes, amores… todo fue mediado por esa dual competencia en la que no había ganadora ni vencida, ambas mostraban sus dones intelectuales, deportivos, estéticos… sin vencer ni ser vencida; se sentían bien; saberse no derrotada, no vencedora, llegó a ser una condición natural. Se acostumbraron a vivir así, en la natural exigencia de saber a su virtual rival docta en las artes, la ciencia o en la estética…
Pero ocurrió un día, ya iniciado el siglo XXI, que la naturaleza puso en jaque esa paridad…
En septiembre de 2017, un gran terremoto se hizo presente en la ciu-dad. Ambas habían vivido un sismo de caóticas y desastrosas consecuencias y −como el resto de la población− apenas percibieron el fenómeno natural, salieron raudamente a la calle.
El terremoto era inusualmente intenso y crisis repentinas se observaron en la gente; llanto, gritos y desesperación inundaron la calle al violento ritmo del movimiento telúrico. Las amigas, apostadas en la calle, se miraron brevemente sin saber qué hacer.
Una, la primera, dijo: habrá que rezar… y unió ambas manos, cerró los ojos y musitó una plegaria a la deidad… la otra, la segunda, al mirar a la primera, buscó de inmediato corresponder al reto… unió sus manos en religiosa expresión, cerró los ojos en caritativa plegaria y… ¡nada! de sus labios no brotaba una sola frase, una mínima plegaria, un rezo…
Renegó de su ateísmo mientras la angustia de su primera derrota caminaba rumbo a ella inexorablemente… Como pudo, cerró enérgicamente los ojos y buscó algún rezo aletargado en la memoria, quizá en la infancia algo habría…
En tanto, la primera, mujer religiosa de buena cuna, había congregado a su derredor a varios vecinos que rezaban junto a ella… Desesperada, la segunda, sabía que algo debía decir para no mirar nacer su primera derrota… Cerró los ojos con mayor fuerza. Apretó los labios en angustiosa súplica. Y sin más pensar, su boca expresó lo que su extraviada mente le dictó… De sus labios se escuchó con devota convicción…
—…Y retiemble en sus centros la tierra…. y retiemble en sus centros la tierra….

Usted perdone lo mal escrito

René Cloir

Ediciones Palabra

México, 2022